Caso Padilla: Medio siglo de controversias
Hace 50 años, la autocrítica que se hizo Heberto Padilla dividió a la intelectualidad de Latinoamérica y de Europa. Así, a una parte del mundo por primera vez le importó lo que le sucedía a un poeta.
Heberto Padilla leyendo su autocrítica en el salón de la Uneac
Escribe: Stefanno Placencia C.
El
27 de abril de 1971, el poeta Heberto Padilla leyó su autocrítica en la
sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), luego de ser
excarcelado ese misma madrugada tras haber permanecido treinta y siete días en
prisión acusado de tener una conducta y una literatura “heterodoxas” contra el
régimen cubano; es decir, fue señalado como un contrarrevolucionario.
Este hecho, inmediatamente, pasó a llamarse el caso Padilla y acaparó
las portadas de los diarios de la región y del extranjero hace cincuenta años.
A
raíz de lo sucedido aquella noche en el local de la Uneac, un grupo de
intelectuales se distanció del régimen porque consideraron que las
declaraciones del autor de ‘Fuera del juego’ significaban la estalinización de
la política cultural cubana. Previo a la ruptura, los intelectuales
latinoamericanos y europeos, izquierdistas confesos y admiradores de los barbudos
revolucionarios, le enviaron dos cartas a Fidel Castro, quien en ese entonces
fuera el primer ministro de Cuba, para manifestarle su desacuerdo con lo que
ocurría en la isla.
El
2 de abril, en el diario ‘Excelsior’, de México, apareció un comunicado del PEN
Club mexicano dirigido a Castro que desaprobaba “la aprehensión de Heberto
Padilla y deploramos las declaraciones que en torno a este hecho le atribuye a
usted la agencia France Press”. La carta que, contaba con la venia de Juan
Rulfo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, entre otros, decía que
la libertad del liróforo les parecía “esencial para no terminar, mediante un
acto represivo y antidemocrático, con el gran desarrollo del arte y la
literatura cubanas”. Fidel evitó responder sobre el apresamiento del poeta.
La
segunda misiva se publicó en Francia, el 9 de abril, en el periódico ‘Le Monde’
y fue suscrita por Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Jean Daniel, Claude
Roy, Italo Calvino, Alberto Moravia, Carlos Barral, Josep Maria Castellet, Juan
Goytisolo, Luis Goytisolo, Jorge Semprún, Octavio Paz, y más personalidades.
Los integrantes del boom latinoamericano también suscribieron la proclama:
Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar.
El
músico italiano Luigi Nono, quien firmó el pronunciamiento, luego escribiría
“mi adhesión a la carta escrita por un grupo de intelectuales europeos sobre el
caso del poeta ha sido un error mío (y espero que otros lo reconozcan
abiertamente)”. En esa misma línea, García Márquez y Cortázar fueron unos de
los pocos escritores que mantuvieron sus relaciones con el régimen cubano
después del caso Padilla. Además del novelista Vargas Llosa, otro
peruano firmó el comunicado conocido como la “primera carta”. Se trata del poeta
Rodolfo Hinostroza.
Alejo
Carpentier, quien era consejero cultural de la embajada cubana en Francia, fue
testigo de cómo se buscaron adhesiones para la primera carta protestante de los
intelectuales. Es más, el 30 de marzo, el autor de ‘El siglo de las luces’
envió una copia de la carta original a la Casa de las Américas con una nota que
señalaba que “la mayoría de los firmantes [las firmas] que la endosan, han sido
sacadas por teléfono, a personas que no estaban al tanto del asunto”. El
escritor y diplomático también lamentó algunas posturas de sus colegas: “Me
entristece la presencia de Mario Vargas Llosa en esta pizarra de infamia”.
Apenas
estuvo libre, Padilla solicitó al gobierno cubano explicar personalmente su
caso. Frente a la comunidad de artistas y de escritores, en un salón de la
Uneac, aclaró que él solicitó la reunión. “Estaba detenido por
contrarrevolucionario… Por muy grave y por muy impresionante que pueda
resultar esta acusación, esa acusación estaba fundamentada por una serie de
actividades, por una serie de críticas... y por una serie de injurias y
difamaciones a la Revolución que constituyen y constituirán siempre mi
vergüenza frente a esta Revolución”, les explicaba el poeta a sus colegas.
El salón era resguardado por agentes de Seguridad del Estado que estaban vestidos de civiles. El discurso del también escritor cubano continuaba: “Yo hice muy mal mi papel, yo quería sobresalir. Yo quería demostrar que el único escritor valiente entre comillas era Heberto Padilla… Ese fue mi inicio, esa fue mi más clara actividad enemiga, mi más específica actividad para dañar a la Revolución: asumir los alardes teóricos de un hombre que no tenía mérito revolucionario alguno para asumirlo”.
Padilla,
vestido con una camisa celeste y un pantalón oscuro, dijo que cometió el error
de defender al novelista Guillermo Cabrera Infante, a quien llamó
“contrarrevolucionario y un enemigo declarado de la Revolución, un agente de la
CIA”. Al mismo tiempo, pidió perdón por haber sido crítico con Lisandro Otero,
“un amigo verdadero”, quien le dio su casa de playa “un mes en los dos meses de
descanso que yo tenía por mi ministerio” cuando regresó de Europa en 1966.
Sobre
su poemario ‘Fuera del juego’, que ganó el Premio
Julián del Casal de 1968, comentó que tenía páginas que “llevan al espíritu
derrotista, y el espíritu derrotista es contrarrevolución”. Añadió que el libro
estaba “lleno de amargura, lleno de pesimismo. Ese libro está escrito con
lecturas, ese libro no expresa una experiencia de la vida, no interioriza la
experiencia cubana. Hay que reconocerlo. Ese libro expresa un desencanto, y el
que lo aprecie lo único que hace es proyectar su propio desencanto”.
Aunque
la Uneac pidió que se reconsidere otorgarle el premio al trabajo del poeta
cubano, el jurado, cuyo uno de sus integrantes era César Calvo, insistió en
coronarlo. Sin embargo, el comité editorial y ejecutivo de los organizadores
del certamen literario escribió un prólogo crítico contra el mismo poemario
para su publicación. Al poco tiempo, el libro fue publicado en Francia por la
editorial du Seuil. Una faja en la portada preguntaba: “¿Se puede ser poeta
en Cuba?”. Sobre ello, Padilla afirmaba que se “beneficiaba con la
situación internacional, yo obtenía con todo este hecho una doble importancia:
la importancia intelectual y la importancia política”.
Más
adelante, el liróforo agradecía “a la Revolución, no solo de ningún modo que
esté en libertad, sino que me permitan la oportunidad de decir esto”. Y agregó:
“Si no ha habido más detenciones hasta ahora, si no las ha habido, es por la
generosidad de nuestra Revolución. Y si yo estoy aquí libre ahora, si no he
sido condenado, si no he sido puesto a disposición de los tribunales militares,
es por esa misma generosidad de nuestra Revolución”.
En
el cierre de su reflexión Padilla, quien lucía unos grandes anteojos, indicó
que algunos de los presentes también tuvieron, como él, muchas actitudes
contrarrevolucionarias e injustas contra el gobierno cubano. Luego, les imploró
a sus compañeros que rectifiquen sus conductas apenas él terminara su ponencia. Desfilaron por los micrófonos las voces de Norberto
Fuentes, Manuel Díaz Martínez, Pablo Armando Fernández, César López e, incluso,
Belkis Cuza Malé,
la mujer del arrepentido poeta.
Díaz Martínez, quien fue uno de los
jurados que declaró ganadora del Premio Julián del Casal a ‘Fuera del juego’,
asistió a la lectura de la autocrítica. Luego el escritor sostuvo en un artículo
que “ese momento lo he registrado como uno de los peores de mi vida. No olvido
los gestos de estupor —mientras Padilla hablaba— de quienes estaban sentados
cerca de mí, y mucho menos la sombra de terror que apareció en los rostros de
aquellos intelectuales cubanos, jóvenes y viejos, cuando Padilla empezó a citar
nombres de amigos suyos —la mayoría estábamos de ‘corpore insepulto’—que él
presentaba como virtuales enemigos de la revolución”.
La autocrítica de aquella noche
acarreó alejamientos de escritores cercanos a la isla. El 5 de mayo de 1971,
Mario Vargas Llosa, desde Barcelona, le envió una carta a Haydee Santamaría
donde rompía con el comité de redacción de la revista Casa de las Américas. El
texto argumentaba: “[…] ese lastimoso espectáculo no ha sido espontáneo,
sino prefabricado como los juicios estalinistas de los años treinta.
Obligar a unos compañeros, con métodos que repugnan a la dignidad humana, a
acusarse de traiciones imaginarias y a firmar cartas donde hasta la sintaxis
parece policial, es la negación de lo que me hizo abrazar desde el primer día
la causa de la Revolución Cubana…”.
En Uruguay y en Argentina, contó
Mario Benedetti en una carta enviada también a la Casa de las América, se
hablaba mucho sobre el caso Padilla. El escritor uruguayo texteó: “Les pediría
que, dentro de lo posible, envíen detalles ampliatorios, por ejemplo, matices
que, si bien no se pueden manejar a nivel oficial, den pie sin embargo para
complementarias explicaciones verbales que uno pueda brindar a gente amiga de
la Revolución Cubana... Pero comprenderán que eso no es suficiente… Así que
informen, compañeros, manden noticias. Please: no se autobloqueen”.
Una segunda carta de los intelectuales europeos y latinoamericanos le comunicaría a Fidel Castro “nuestra vergüenza y nuestra cólera” por “el lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla” y que “solo puede haberse obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias”. Aquella misiva, escrita por Vargas Llosa según una confesión suya, oficializaba el divorcio entre el régimen cubano y una parte de la intelectualidad izquierdista que finalizaba su texto con un pedido: “Quisiéramos que la Revolución Cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo”. Algunas figuras de la primera carta no estamparon su firma en la segunda.
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